Se para porque no quiere pensar. Se sienta y empieza a recordar. Y entonces sin querer buscar, encuentra. Encuentra los miedos, las inseguridades, la desesperación y las angustias. Encuentra respuestas a preguntas no hechas, que no llevan a nada, sólo a más preguntas. Se da cuenta de que lo único que sabe, es que no sabe lo que quiere. Se da cuenta de que cada día que pasa se aleja más de lo que era. Se transforma, lento y rápido a la vez, en algo que siempre criticó, siempre condenó. Lo único que quiere es gritar, es correr. Y lo único que hace es seguir callada, seguir sentada. Sueña con ir lejos, acompañada de su soledad, a recuperar lo que no ha perdido, a perder lo que no ha ganado. Sin disculpas, sin miedo, sin justificaciones, sin despedidas ni promesas. Sin expectativas. Irse sin saber adónde, sin saber si hay un regreso, sin saber si a alguien le importa. Y sin embargo sigue sentando, esperando, a veces tranquila, a veces fingiendo. A veces llorando, el momento de explotar.
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