Había una vez una familia, que no se parecía en nada a la familia Telerín. El caso es que esta familia no era muy normal que digamos. El padre se dedicaba a las labores del servicio médico público; la madre hacía lo mismo que el padre, pero diferente. Los hijos... chistosos... la mayor más linda que los otros.
Cierto viernes estaba la familia reunida, cuando el padre comentó:
-Hoy conocí a un locutor de radio. Y dijo que me iba a mandar saludar.
La estación... no la recuerdo, pero era de un poblado cercano a la ciudad en la que habitaban... y era lo que en la vida real, la que está afuera de los cuentos, llaman radio comunitaria.
Inútilmente trataron de sintonizar la estación en su pequeño y chafa aparato radiotransmisor que ocupaba una pequeña parte de la extraña sala. Y entonces, por qué no, al padre se le ocurrió:
- ¿El radio del carro la agarrará?
Y no faltó decir más para que dos, de los tres no herederos, corrieran al carro a buscar la estación. Y entre eso llamado ruido, que en el proceso de la comunicación está entre el receptor y el emisor, se medio escuchó la estación.
Y así, la familia estuvo durante una hora, en una tarde de viernes, sentada en el carro sin movimiento, en el estacionamiento de su casa, escuchando algo que casi no se escuchaba; un programa sin sentido alguno en la vida, más que el de escuchar alabar por más de 10 minutos a la eminencia que tenían por padre y poder reír sin parar por más de 20 minutos.
Y colorín, colorado, esta historia ha terminado.
PD: Sé que esta entrada a nadie le gustará... pero algo tiene de simpática, lo juro... y también prometo escribir pronto sobre mi trabajo en la agencia eh!
Cierto viernes estaba la familia reunida, cuando el padre comentó:
-Hoy conocí a un locutor de radio. Y dijo que me iba a mandar saludar.
La estación... no la recuerdo, pero era de un poblado cercano a la ciudad en la que habitaban... y era lo que en la vida real, la que está afuera de los cuentos, llaman radio comunitaria.
Inútilmente trataron de sintonizar la estación en su pequeño y chafa aparato radiotransmisor que ocupaba una pequeña parte de la extraña sala. Y entonces, por qué no, al padre se le ocurrió:
- ¿El radio del carro la agarrará?
Y no faltó decir más para que dos, de los tres no herederos, corrieran al carro a buscar la estación. Y entre eso llamado ruido, que en el proceso de la comunicación está entre el receptor y el emisor, se medio escuchó la estación.
Y así, la familia estuvo durante una hora, en una tarde de viernes, sentada en el carro sin movimiento, en el estacionamiento de su casa, escuchando algo que casi no se escuchaba; un programa sin sentido alguno en la vida, más que el de escuchar alabar por más de 10 minutos a la eminencia que tenían por padre y poder reír sin parar por más de 20 minutos.
Y colorín, colorado, esta historia ha terminado.
PD: Sé que esta entrada a nadie le gustará... pero algo tiene de simpática, lo juro... y también prometo escribir pronto sobre mi trabajo en la agencia eh!